11 horas de nubes

karin iturralde

12.4.2021



No somos las únicas personas que se preguntan qué pasa con los espacios de tránsito. Existe una incomodidad que nos une. Puertos, estaciones, aviones, trenes y automóviles han sido el escenario de incontables obras de arte, y es que el cuerpo generalmente responde a su entorno. Un avión es un enorme paréntesis entre lo terrenal, real, y eso que en algún momento consideramos imposible: volar. Aprendimos un actuar mecánico, procesual y tensionado que aplicamos cuando estamos suspendidxs a diez mil metros de altura. Inevitablemente, en once horas de vuelo, las espaldas pasan de un ángulo recto a lentamente imitar curvas, los párpados van en caída libre.


Han pasado casi treinta años desde que se acuñó el término no-lugar y, desde ese momento, poco ha sido el interés que le hemos dado a los procesos de naturalización de aquellos espacios (que, adicionalmente, pueden ser períodos de tiempo). Tal es el caso de Karin Iturralde, para quien el vuelo Ámsterdam – Guayaquil se ha vuelto familiar durante los últimos años. La extrañeza de habitar un tubo volador gigante de metal es violentada por la rutina y la repetición, dando como resultado una presencia que se niega habitar en la extranjería de lo desconocido; se enfrenta, empírica.


En 11 horas de nubes, presentamos un acercamiento a las mixturas de la técnica, los procesos y los medios. Karin empieza por la pintura para fabricar su propia materia prima, creando mecanismos de cinta adhesiva que cuelgan rollos de papel higiénico desde las mesas de los asientos del avión y lentamente absorben tinta de marcadores de su kit de entretenimiento. Pasa por el collage, recolectando materiales de la cotidianeidad de dentro y fuera del avión, y finalmente acaba en la escultura y la instalación, ensamblando nubes que cuelgan desde el cielo con formas que responden a sus pulsiones que se producen al enfrentarse con lo mundano.


La obra se vuelve incluso más compleja cuando nos detenemos en los procesos de la artista. Las variaciones del espacio taller llevan a Karin a pensar en las limitaciones con respecto a lo que se puede y lo que no se puede hacer dentro de un avión. Hay un elemento performático en sus procesos, junto con el hecho de que los que los pasajeros no tienen de otra que formar parte de ellos. Karin se acerca y se enfrenta con una sensibilidad llena de asombro, juguetona, casi infantil, que, con seguridad, toma el control de un espacio que conoce de pies a cabeza y con el que está dispuesta a experimentar. El proceso es sustancial para la obra.


El resultado final son piezas vivas, con múltiples perspectivas y evocaciones. Pintura extendida sobre la pared, instalación dentro de un clóset, quizás hasta escultura cinética cuando el viento hace que las piezas bailen y adquieran vida más allá de lo bidimensional nos transportan a casas vandalizadas patéticamente por adolescentes, escudos de colegios privados, móbiles sobre las cunas de bebé, pantalones manchados de sangre al menstruar y figuras que encontramos en las nubes sobre cielos de las combinaciones de los colores más vivos, sobrevivientes de tardes incendiadas y lluvias torrenciales.


juan felipe paredes x libbi ponce